Trimálaga Universidad de Málaga

Barrio Perchel Sur, Calle Matanza y adyacentes

Barrio Perchel Sur, Calle Matanza y adyacentes Omar Ballersteros Parejo
31 mar 2010 Realizado por: Omar Ballersteros Parejo

El siguiente proyecto consta del levantamiento y recreación virtual de una parte de la zona sur del barrio del Perchel. Más concretamente, las manzanas específicas a recrear son: la CLXXXVI, CLXXXVII, CLXXXIX, CXCVI, la manzana donde se encuentra la iglesia de San Pedro y la que está junto a esta (ambas sin numerar). También se procede al levantamiento del matadero municipal situado en la manzana CLXXXVII.

Acerca de este proyecto

Los más antiguos testimonios de la existencia del Perchel son romanos. Málaga fue desde los comienzos de su historia, una ciudad eminentemente marinera. Asentada a la orilla del Mediterráneo y resguardada por una cadena de montañas, sus principales fuentes de riqueza fue la agricultura y de ella la vid y la fruta, junto con la pesca. El vino, las conservas de pescado y la fruta seca, eran la base de su primitivo comercio. De la elaboración de los pescados conservados nació una rama de su exportación. Los romanos llevaban a su metrópoli en Roma todo lo bueno que obtenían en tierras malagueñas. Además de productos minerales, aceite, vinos y almendras, también exportaban escabeches y salazones, utilizando para ello el atún y el sargo. También se comerciaba con un licor obtenido del intestino del pescado macerado en vinagre, producto conocido como “garo”, que llegó a alcanzar un precio muy alto. La industria del pescado era tan importante en el Sur de España, que muchos griegos y romanos alababan este licor hecho con atún y especies afines.

La tal industria de pescado, aunque existía por gran parte del litoral occidental malagueño, su mayor núcleo se asentaba en el centro sur de la ciudad, lo que más tarde se llevó a la otra parte del río, llamándose el barrio del Perchel o los Percheles (llamado así por las perchas o palos largos en los que se colgaba y secaba el pescado). Destaca de este hecho que no nace el barrio como muchos otros barrios malagueños al pie de una iglesia o convento, como en los casos de la Trinidad, Capuchinos o la Victoria. En el Perchel se encontraron dos “pilas salsarias”, recipiente de cemento romano de unos dos por tres metros de superficie y uno de profundidad para preparar salazones, lo que muestra la antigüedad de la industria salazonera. Muchos autores atribuyen el nombre de Málaga a su tradición en el arreglo del pescado. Malach o Mellach significa sal en idioma púnico, etimología debida sin duda a los salazones y escabeches.

No existen más noticias del Perchel en la época romana, lo que si se sabe con certeza es que cuando llegaron a Málaga nuevos invasores, los árabes, pronto percibieron que los núcleos de salsamentos de anchoas y desecación del pescado situados en el centro de la ciudad, producían un olor insoportable, por lo que, como hombres de sentidos y aficiones refinadas, se apresuraron a señalar los terrenos al otro lado del Guadalmedina para la construcción de casas para este fin, y con espacio suficiente para colocar las perchas, palos o sogas en las que se colgaban los ceciales (pescados secos y curados), de aquí el nombre del barrio, como ya se ha comentado anteriormente. Lo que dispusieron los árabes fue la limitación de las pescaderías y salazones al otro lado del Guadalmedina, pues cuando llegaron a la ciudad de Málaga, los establecimientos de esta índole ocupaban también gran parte del margen oriental del río, muy próximos al núcleo urbano de la ciudad.
El Perchel fue el primer asentamiento relativamente urbano industrial y periférico y además era el primer barrio de extramuros de la Málaga hispanoárabe. La voz de un cronista de la época nos asegura que: “...Para que la población no sufriera los malos olores que desprendían de tal industria, destináronse los terrenos existentes del lado allá del río a tales operaciones, y como para estas fuese necesario utilizar perchas o palos en los cuales poníase el pescado a secar, de aquí recibió el primero de los barrios a extramuros el nombre de los percheles”. Los árabes permanecieron ocho siglos en tierras malagueñas, por lo tanto esta civilización dejó una huella muy profunda.
Resaltando las principales características del perfil urbanístico, cabe destacar un entramado arquitectónico que aún persiste en callejas estrechas, edificaciones de una sola planta, cuanto más dos, puertas y ventanas pequeñas, defendidas por celosías o rejas, patios grandes, siempre ornamentados con plantas florales y orquestados por una fuente o surtidores de agua. En las casas de construcción mora se les da una mayor importancia al interior de la vivienda que al exterior. Tiene mayor importancia la vida interna, la comodidad y el aislamiento del refugio hogareño. El barrio del Perchel en el siglo XVIII tenía una cuantiosa influencia mora en la construcción de sus viviendas y trazados de las calles.

Durante la ocupación árabe en Málaga, la ciudad estaba dividida en varios arrabales dispuestos alrededor del centro de la cuidad. Uno de ellos era el arrabal de los Percheles, situado en la cara occidental del río Guadalmedina, localización que permaneció invariable durante la época cristiana. Como todas las posesiones musulmanas, las tierras de este barrio fueron objeto de confiscación y repartimiento entre los vencedores tras la toma de Málaga por los Reyes Católicos. Mucha gente solicitó de la cuidad la posesión de los correspondientes solares para percheles y casas de “anchovas”, así como terrenos para varaderos de los barcos, ya que el asentamiento de estas industrias era muy próximo al mar. Fueron concedidas estas parcelas y tras quince años de su ocupación, acuden a la cuidad un buen número de personas demandando terrenos para el establecimiento de nuevos locales de la industria conservera para participar en la que, sin duda, era la actividad floreciente, próspera y lucrativa en aquella época. Los regidores acceden a las peticiones, realizando varios repartimientos y públicas adjudicaciones, de manera que el barrio del Perchel aumenta sus fronteras. Estas incorporaciones al barrio ocasionaron que el movimiento vegetativo creciera proporcionalmente a la industria aumentando al mismo tiempo el carácter de pueblo que se le había asociado por entonces. La urbanística resultante de aquellos aluviones cíclicos también provocó que se desarrollara igualmente un diseño de gusto más popular y utilitario, con lo que el Perchel también impulsó un modelo exclusivo de arquitectura, las corralas y corralones.

La población del Perchel se va multiplicando con el tiempo. Casi todos de marinera profesión o dedicados a la salazón y conserva del pescado. El barrio era cada vez más populoso; sus calles crecían en número, aunque no en una nueva estructura, debido a que la influencia del árabe era difícil de desterrar. El número de perchas para secar pescado y escurrir redes iba en aumento. No es de extrañar que el barrio fuese el Perchel por antonomasia.

Sobre el siglo XVII brillaba el barrio por el auge de sus factorías hasta el punto que dedicaba toda la pesca del litoral al suministro de los percheles y casas de anchovas. Sin embargo, era deficiente el suministro de pescado fresco en Málaga. Fue preciso dictar una orden en virtud de la cual los pescadores habían de reservar el pescado grueso y el tercio de todo lo que cogían.
A principios del siglo XIX, comenzó a decaer el consumo y la exportación de la conserva del pescado y a mediados del mismo siglo, sino desaparecida, la industria era casi insignificante. Las causas de esta debilitación en la industria conservera fueron varias. Se puede destacar de entre las más importantes, el alto precio que llegó a alcanzar el pescado fresco y sobre todo, la ostensible disminución de la fauna marina en todo el litoral mediterráneo. La evolución del Perchel siguió su marcha, sin embargo las faenas que dieron su nombre desaparecieron.

La fisonomía urbanística en el siglo XVIII conservaba todavía una enorme influencia morisca. Las habitaciones eran estrechísimas y malsanas, calles angostas y lóbregas, cruzadas a cada paso por cobertizos sin simetría. Se trataba de masas edificadas en terreno aparentemente incapaz y en los cuales vivían una gran masa de población. Todavía a comienzos del siglo XX, las calles siguen siendo angostas, sucias y mal empedradas conservando el trazado de las ciudades musulmanas. Esto sirve como referencia para tener en cuenta que las imágenes, fotografías y cualquier otro documento gráfico hasta esta fecha se asemejan bastante a la realidad del siglo XVIII. Es sobre el año 1925 cuando Málaga experimenta las llamadas “Grandes Reformas”, fecha posterior a la que nos ocupa.

En las casas de vecinos del Perchel, la unión entre éstos solía ser muy fuerte, un sentido de la familia muy desarrollado, unos vínculos de amistad y afecto muy estrechos, en definitiva, una unidad orgánica más sólida. Sus vecinos tenían arraigado un gran sentimiento perchelero, hasta tal punto que el ser perchelero, lo era a costa de la propia persona, lo que acarreaba una serie de dificultades. Esta es la razón por la cual la gente del Perchel, a medida que el barrio se unía a través del Llano con el de la Trinidad, desarrollaron un nivel de vida siempre a la defensiva, en relación con los ciudadanos abrigados por las viejas murallas árabes.
En el Perchel se tejió la vieja institución del chulo de barrio y del amo de la calle, sin cuyo consentimiento no se podía realizar ninguna iniciativa popular o colectiva. En él, se desarrolló la industria estacionaria del cítrico y la almendra, por sus animadas calles habitaban barateros, granujas, pícaros y descarados vividores entre otros. El estilo de vida perchelero consistía, básicamente, en vivir al día. Un perchelero sería siempre distinto de un limítrofe trinitario, pero donde de verdad existía una clara diferenciación sería en relación con los capuchineros, victorianos, malaguetos o paleños. En realidad, desde los romanos hasta Isabel y Fernando, el Perchel es una historia de marginación por su sello de barrio industrioso y pestilente. Ello ocasionó que se asentaran en la mayoría de los casos, familias relacionadas con las faenas del mar, y esto, unido a la indeferencia que mostraba la ciudad a extramuros, provocó que se desarrollara una tipología claramente diferenciada, para bien o para mal, del núcleo urbano encerrado entre las murallas.

Cuando en el último tercio del siglo XVIII, los ministros de Carlos III redactan las primeras instrucciones para que derriben las murallas árabes del paño sur de la ciudad, las singularidades tipológicas habían alcanzado tal diferenciación, que Málaga les tuvo como de otro pueblo. Si ha esto se le suma la barrera que suponía el río Guadalmedina, “lo perchelero” quedó como cultivo de huerto propio sin posibilidad de replantar sus especies en otros territorios de la misma ciudad.
Tiene una gran importancia la cuestión habitacional perchelera, pues este tipo de de convivencia creó unas interrelaciones humanas que fueron mucho más allá del trato convencional entre vecinos y creó todo un sistema de comportamientos, hábitos y costumbres que acabaron por dar definición a todo el colectivo. También, la larga convivencia entre muchas familias durante generaciones, además de crear nuevos y crecientes vínculos a través de uniones matrimoniales entre sus gentes más jóvenes, hizo posible mediante el sistema de intercambio de genes, desarrollar una cultura perchelera, de unas pautas de comportamiento del ser y del estar percheleros. Tanto era así que había un momento en que las respuestas colectivas del barrio, respecto al resto de la ciudad, denunciaban su carácter cerrado, más próximo al “ghetto” que al urbanismo convencional.
Cuando los representantes municipales adjudicaron para casas de anchovar, percheles para secar pescado y viñales para colgar las redes, limitaron la actividad a la rivera derecha del Guadalmedina, con el objetivo de defender al resto de la cuidad de los desagradables olores que se desprendían en su realización, de manera que si dicha actividad se realizaba en el otro lado del río, es decir, en la parte del centro de la ciudad, esto era penalizado con la pérdida de la madera y cuerda de los percheles otorgados, así como la obligación de abonar 600 maravedíes a los Propios del Consejo.
A cada uno de los vecinos solicitantes se le ofrecía un solar “para perchel de tres sogas de largo y tres de ancho” (15 por 15 metros), teniendo cada soga seis varas, y en cuanto a las casas para anchovar, se alinearían una tras otra, abrirían sus portalones en dirección al mar y tendría cada una treinta pies de largo y quince de hueco en ancho (8,37 por 4,18 metros de hoy).

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